Autobiografia · febrero 13, 2024

El arte de enseñar

Desde muy pequeña, he sentido el impulso de enseñar. Cuando he descubierto algo que era interesante y beneficioso para mi, casi inmediatamente, sentía el deseo de enseñarlo, para que otras personas pudieran beneficiarse igual que lo había hecho yo.

Mis primeros recuerdos sobre este deseo de enseñar, se remontan a la época en que vivía con mis padres en el barrio de Pardaleras en Badajoz. Este barrio entonces, estaba lleno de casas, con pequeñas terrazas. No habia edificios altos. La plaza donde estaba la casa familiar, era la Plaza Larga, actualmente se llama Cecilio Reino Vargas. Tanto la plaza como las calles colindantes, estaban sin asfaltar. La calle que subía hasta la plaza estaba delimitada por grandes cinamomos, por eso se le llamaba la calle de los árboles. En este barrio transcurrió mi infancia y juventud. Siendo una niña, no recuerdo exactamente la edad, reunía a algunos niños y niñas del barrio y nos íbamos a un solar abandonado en la plaza, donde se sentaban enfrente de una vieja pared. Yo cogía un trozo de ladrillo rojizo o alguna piedra caliza para escribir en aquella pared, a modo de pizarra. Allí les enseñaba lo que yo aprendía en el colegio: Las vocales, los números, dibujos… Debía resultar entretenido en esa época en que no había móviles, tablets, incluso en muchos hogares no había entrado aún una televisión. Así que allí estaban, aprendiendo y compartiendo el tiempo con sus amigos del barrio. Los chicos de mi pandilla, cuando me veían pasar con todos los pequeños, decían: «Ahí va blancanieves y los siete enanitos». Siempre he tenido la piel muy clara, así que el apodo me venía muy bien.

Ya con veintitres años, cuando estaba viviendo en Valencia, unos amigos me invitaron a probar una sesión de yoga en la playa del Saler. Allí cerca del mar, en medio de un gran pinar, tuve mi iniciación en el yoga. Cuando terminé la práctica experimenté una agradable sensación, me sentí más viva, más despierta. Percibía con más claridad la luminosidad del Mediterraneo, la brisa del mar, el olor de los pinos… Y enseguida sentí el deseo de enseñar la disciplina que me había proporcionado ese bienestar físico y mental. En realidad, antes de querer ser practicante de yoga, quise ser profesora de yoga. Poco después aprendí que eso no era posible. Primero hay que practicar, conocer la filosofía y cuando se ha estudiado y experimentado, es cuando se está preparado para enseñar.

Después seguí estudiando y enseñando técnicas manuales, dietética y nutrición y otros métodos de salud natural. Incluso realicé un curso de cocina macrobiótica en Madrid. La macrobiótica es un tipo de cocina japonesa de sabores exóticos y muy saludable. Durante una temporada, también me lancé a enseñar esos platos de cocina oriental. Guardo muy buen recuerdo de aquellos encuentros donde nos reuniamos un grupo reducido de personas para cocinar y después degustar los platos que habiamos preparado, disfrutando de sabores tan diferentes a los de nuestra cocina cotidiana.

Ahora, recordando todas esas experiencias me doy cuenta, como mi trayectoria personal y profesional ha estado orientada a la enseñanza en materia de salud, bienestar y desarrollo personal. En los últimos años ya centrada en la práctica, estudio y enseñanza de Yoga Iyengar en el Centro Seiza, en Badajoz.

«Estoy tan agradecido a lo que el yoga ha hecho con mi vida, que siempre busco compartirlo»

B.K.S. Iyengar

Me identifico completamente con esta afirmación. Todas esas experiencias y conocimientos han enriquecido mi vida y siempre he buscado compartirlo.

(Fotografia de Jose Maria)